martes, 24 de agosto de 2010

ELOGIO DE LA LECTURA



POR WALTER RIVERA LEÓN
Mayo, 19 del 2007.

El escritor y pensador argentino Jorge Luis Borges dijo alguna vez: “que otros se jacten de las páginas que han escrito; a mí me enorgullecen las que he leído”. Ciertamente, como decía Borges, no llegan a treinta las letras del abecedario; sin embargo, componiéndolas o combinándolas ¡cuánto se puede obtener de sabiduría, de reflexión y hasta de placer o de deleite! Borges decía también que, gracias a los libros, los seres humanos tenemos recuerdos de sucesos que nunca hemos vivido personalmente. Es un grave problema nacional el alejamiento de la sociedad contemporánea del Ecuador respecto a la lectura; es aterrador ese alejamiento. El hombre o la mujer que lee, es siempre apto o apta para sostener una conversación agradable; es lo que se ha dado en llamar ahora “el homo legens”, en el caso del varón, y podríamos añadir la “gino legens”, en el caso de la mujer. Si nuestros jóvenes se siguen alejando de la lectura, ¿quedaremos privados de los cultores de la conversación amena y agradable? El peligro de extinción en que se encuentran el homo legens y la gino legens se refleja en algunas cifras que ya han dado los diarios del país. Hace alrededor de diez años, los diarios publicaron que más del 80 % de la población ecuatoriana no lee, y señalaban responsabilidades principalmente del sistema educativo, porque el eje de este problema está en los maestros. Los libros han sido siempre la puerta del conocimiento, y la lectura es la llave con que abrimos esa puerta; la lectura nos permite ingresar a las mentes de los grandes pensadores. La Fundación Eloy Alfaro se formó con lo que nosotros dimos en llamar “los ágapes ilustrados”: un grupo pequeño de amigos se reunía en una casa, formaba una tertulia, y alrededor de un libro, se pasaba horas y horas leyendo y conversando en torno a una pieza de filosofía, de historia, de religión o de cualquiera de los campos de la ciencia. Más tarde, tomamos conciencia de que estábamos viviendo una etapa de profunda crisis social en la ciudad y en el país; de que vivíamos un proceso grave de pérdida de identidad; de que no leían las actuales generaciones; de que se había perdido la memoria de los hechos más sobresalientes que forjan la identidad de Esmeraldas y del Ecuador. Este grupo que se reunía en lo que nosotros llamábamos “los ágapes ilustrados”, que eran sesiones de lectura compartiendo el vino y la comida –pues así nació la Fundación Eloy Alfaro- y se propuso objetivos de más largo alcance. La Fundación ha seguido practicando la lectura a manera de tertulia íntima, pero hoy vamos más allá de compartirla sólo con nuestros socios: pasamos a inaugurar los talleres de lectura. Es que, como lo ha declarado formalmente la Fundación, nuestra misión es provocar un cambio en la mentalidad de las actuales y de las nuevas generaciones, a través de un movimiento que sea capaz de revertir el proceso de pérdida de identidad que sufre la provincia; y ese movimiento para revertir aquel proceso, pasa necesariamente por la lectura.

Para conocimiento de los presentes, puede ser interesante contar una experiencia de la Fundación Eloy Alfaro. El año pasado organizamos una encuesta entre estudiantes de la Universidad Técnica Luis Vargas Torres y bachilleres de distintos colegios de la provincia: fiscomisionales, fiscales y particulares. Y sólo para dar una muestra, un ejemplo, les refiero lo siguiente: la pregunta número 10 era “¿Qué ocurrió en Esmeraldas el 21 de septiembre de 1526?”, y a continuación se indicaba al encuestado: “Marque la respuesta correcta”. Había cuatro alternativas: a) el arribo de una expedición; b) el nacimiento del escritor Nelson Estupiñán Bass; c) el descubrimiento de Esmeraldas; y d) la Fundación de Esmeraldas. De cada 20 bachilleres encuestados, sólo dos, en promedio, contestaron que fue el arribo de una expedición española; alrededor de 10 dejaron la hoja en blanco, y no faltaron quienes marcaron la segunda opción, el nacimiento del escritor Nelson Estupiñán Bass, a quien de esa manera hicieron retroceder cerca de 400 años en la fecha de su nacimiento. ¡He ahí una evidencia de la grave pérdida de la identidad y del alejamiento de los jóvenes con la lectura, con los libros! Tenía razón el grupo de científicos ingleses que en el año 1996, después de encuestar a un universo significativo de personas de diferentes estratos, llegó a la conclusión de que la tasa de mortalidad, en un 50% es bastante más alta entre quienes nunca o casi nunca asisten a actos culturales que en aquellos que han apelado a la lectura como forma de recreación o que asisten con regularidad a museos, teatros, exposiciones artísticas u otros actos culturales. Parece que la actividad cultural contribuye a estimular el sistema inmunológico.

Leer es siempre una herramienta de encuentros con los textos y también de desencuentros. Es en los libros, en la lectura de los libros, donde se define si somos o no somos personas ilustradas. Ni Confucio, a pesar de los miles de años de que desapareció de la faz del planeta, ni Sócrates, ni Jesucristo, ni Zaratustra –el del Zend Avesta-, ni el Buda, exhibieron títulos de las universidades. Obviamente, en las respectivas épocas de estos personajes no había la institución que ahora se llama universidad, que –vale decir de paso- hoy está sumida en una profunda crisis. ¿De dónde provenía la sabiduría de estos célebres personajes? No cabe duda de que la lectura formó parte de su formación, a juzgar por los textos que han dado cuenta de su vida y de su obra. Tal vez valga que nos acordemos de una escritora inglesa, Virginia Woolf; alguna vez encontré de ella este comentario: había soñado que cuando llegue el día del juicio final y los grandes hombres de Estado se acerquen a recibir su recompensa, sus coronas, sus laureles y sus nombres grabados en mármol, el Todopoderoso se dirigirá hacia Pedro y dirá, no sin cierta envidia, cuando nos vea llegar a nosotros, los lectores, con los libros bajo el brazo: “Mira, estos de acá no necesitan recompensa; ellos han amado la lectura”.

Creo que la Fundación Eloy Alfaro, hoy con este convenio celebrado con el Centro cultural del Banco Central, cumple con su misión, cumple con su deber de contribuir a la forja de una nueva mentalidad en las actuales generaciones. A partir de ahora, de manera regular utilizaremos este lugar público para compartir la lectura entre nosotros sobre temas importantes y escogidos de la realidad provincial y nacional. Cierro, pues, diciendo: que la lectura, que los libros nos acompañen siempre, hasta cuando la muerte nos separe. He dicho.

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