“El líder está
en una jaula, aislado, prisionero de la corte complaciente que controla los
accesos a su importante persona. Su jaula es de cristal, transparente y bien
iluminada, aunque algunas zonas pequeñas, opacas y sombrías, lo protegen de la
observación pública. Es un hombre sin vida privada, siempre en la vitrina de la
opinión ciudadana. El palacio de gobierno es cómodo y dorado, tan amplio como
un país, pero tenso, vulnerable y acosado. En él, la vida del líder se asemeja a
una actuación teatral agotadora, interminable. Está obligado a
representar un papel que no tiene horario. No puede aparecer siempre ante los
ciudadanos que representa y dirige como realmente es, ni transparentar sus
estados de ánimo. Debe fingir y disimular. A veces debe engañar y mentir como
un actor habituado a protagonizar con fidelidad y maestría distintos papeles.
La verdad no es
su objetivo, es un recurso que utiliza según sea su eficacia en cada momento.
Debe elegir entre la verdad, la mentira y el silencio, de acuerdo a los costos
y los beneficios. Sabe que no tiene vida privada y hasta el menor detalle de
sus actos puede convertirse en noticia y crítica. Todo lo que hace tiene un
costo y un premio que aumenta o disminuye su capital político. Cada minuto de
su vida pesa en el examen que rinde ante diversos jurados. Todo error es
explotado y todo acierto es devaluado por sus oponentes. Ninguna actuación suya
escapa a este juicio implacable. Y ese juicio es con frecuencia irresponsable,
parcial, apasionado y, a veces, cruel, además de injusto. El gobernante es
objeto de la calumnia y del elogio exagerado. El error, propio de cualquier
humano, se explota como escándalo en el caso del líder. El mundo de la política
no es generoso ni solidario; es competitivo más allá de los límites de la ética.
Aún para el líder más duro, esta tensión sería mortal si no pudiera refugiarse
esporádicamente en la intimidad de su camarín, la pequeña zona opaca de su
jaula. Allí están sus placeres y sus vergüenzas, junto con su círculo de
amistades que le ofrece soporte emocional cálido y privacidad. De
manera que el dirigente alterna su trabajo agobiante entre la salida a escena,
cegado por las luces que iluminan el teatro de su representación política,
y el refugio que le depara la intimidad de su círculo de protegidos en
la media luz tenue de un rincón de la jaula de cristal. Allí descansa, se
retira de escena y deja de actuar. Pero él no puede elegir la duración y
oportunidad de cada salida a escena ni el tiempo de cada momento de
refugio y descanso. Tiene sólo un control parcial de su tiempo y de su
atención. Su vida le pertenece a medias. El público que sigue su representación
entra en su casa y en su oficina, comparte su vida con el ídolo que
admira o la cabeza visible que odia. Y si la organización del líder es
deficiente, ese control de su tiempo y su privacidad es muy débil.
Es un hombre
acosado por las presiones y las urgencias. El ciudadano común sube gradualmente
la cuesta empinada de su vida, sólo con su propia carga a sus espaldas. Para
llegar a su meta dispone de toda su existencia. El líder, en cambio, lleva
sobre sus hombros la carga de todos, debe subir una pendiente abrupta en un
tiempo limitado de gobierno, y para ello cuenta con herramientas de trabajo
heredadas, de pobre eficacia. Es un ciclista que pedalea la mayor parte del
tiempo en el aire, sin aproximarse al objetivo. Su bicicleta es inapropiada y
él, su conductor, no está entrenado para esa dura tarea. Tiene las mismas 24
horas que el ciudadano común, aunque acumula sobre sí los problemas más
diversos, pequeños, grandes, rutinarios, nuevos y sorprendentes que afectan el colectivo
social. Comparte los problemas de muchos hombres y esos hombres adquieren
derechos sobre su tiempo y su vida privada. Acepta y ofrece compromisos
cumplibles e incumplibles. Con esa sobrecarga de atención sobre su vida diaria,
sólo capta algunos problemas, quizá los menos importantes, si ellos explotan
ruidosamente y golpean por penetrar el cerco que protege el uso de su tiempo.
Las señales de alarma del sistema político son inversamente
proporcionales a la importancia de los problemas. Los problemas menores son
ruidosos y molestan persistentemente, llaman de inmediato la atención del
gobernante y de la prensa. En cambio, los grandes problemas ceban en silencio
su bomba de tiempo. Lo que va silenciosamente mal, pasa desapercibido a pesar
de su trascendencia. En cambio, los pequeños problemas se agrandan amplificados
por las señales de alarma, la proclividad al inmediatismo y la superficialidad de
los medios de comunicación. Antes de considerar la necesidad e importancia del
soporte tecno político al líder, es importante comprender que él, como
todo ser humano, se refugia con fuerza en ese círculo íntimo que lo
protege del público, y que está sujeto, en primera y más fuerte
instancia, a dos fuentes de consejos: las opiniones no bien
fundamentadas que se gestan en su círculo íntimo y las recomendaciones
departamentalizadas de sus asesores especialistas. La asesoría tecno
política que propone este ensayo, capaz de ofrecer al Presidente el soporte
cognitivo sistemático, situacional, y no departamentalizado, es muy
importante, pero representa el cálculo frío que debe competir tanto con
el soporte emocional cálido que le ofrece su corte como con la asesoría
fría, especializada y departamentalizada de los técnicos. Cuando estos
soportes son contradictorios, tiene que elegir entre ellos. Es una decisión
difícil. En el líder común tiende a triunfar el soporte cálido de la corte
o la recomendación unidimensional del tecnócrata; en el estadista, en
cambio, triunfa con mayor frecuencia el cálculo frío del razonamiento tecnopolítico.
Cuando se trata del líder solitario, autoritario, huraño y obsesivo, sin
corte y sin asesores, de todas maneras esta lucha de criterios se produce al
interior de sus pensamientos, como una oposición entre la pasión y la razón, y
entre lo técnico y lo político. No es común que el gobernante reúna, en un
mismo asesor, el soporte cálido y el soporte frío, como fue el
caso de Catalina la Grande con Potemkin”. Tomado del Libro “El líder sin Estado
mayor”, Carlos Matus
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