Son muchas
las instituciones públicas y privadas –decía yo en un artículo publicado en
julio de 2006- que en Esmeraldas tienen o han tenido el nombre de Luis Vargas
Torres: desde la Universidad Técnica
hasta un equipo de fútbol, pasando por un colegio, una fundación, una
cooperativa de transportes o la extinta mutualista. En la plaza central de la ciudad de
Esmeraldas, denominada “20 de Marzo”, ubicada frente a la iglesia La Merced, un monumento
erigido en su honor lo presenta de pie, con el pecho cruzado por una bandolera,
armado de un fusil y de espaldas a la iglesia.
Quien visite Esmeraldas por primera vez, podría formarse la impresión de
que se trata de un personaje muy representativo y muy conocido. Pero, ¿es realmente un personaje muy conocido
por las actuales generaciones el coronel Luis Vargas Torres? ¿Por qué lo
representan armado en la estatua? ¿Qué
enseñan sobre él nuestros maestros en las escuelas, en los colegios y en la Universidad que lleva
su nombre? ¿Saben nuestros jóvenes cuándo
y en qué circunstancias murió? ¿Saben
qué formación tuvo? ¿Saben qué méritos
tuvo, como para que su nombre haya sido perennizado en la universidad local y
en numerosas instituciones?
Yo había
percibido, a través de conversaciones con niños y jóvenes a lo largo de los
años noventa, que en las escuelas, en los colegios y en las universidades de
Esmeraldas, la información sobre Luis Vargas Torres no formaba parte de los
contenidos educativos; no se lo estudiaba, no enseñaban sobre él. Mas, cuando escuché a los periodistas y a los
maestros mencionarlo en los medios de comunicación, me di cuenta de que estaba
frente a una catástrofe cultural. El
conductor de un programa radial solía referirse al sillón de Vargas Torres
cuando hablaba del cargo de Alcalde de Esmeraldas, e inició así una
contaminación intelectual muy difícil de revertir. Hizo una especie de antimilagro, el de la
multiplicación de los panes y los peces de la ignorancia. Lo del “sillón de Vargas Torres” lo
repitieron otros periodistas, y luego muchos ciudadanos, que contagiados por el
desatino, terminaron creyendo que efectivamente Luis Vargas Torres fue alcalde
de Esmeraldas. En Guayaquil era común la
expresión “sillón de Olmedo” para referirse a la Alcaldía de ese cantón, y
en Esmeraldas, por un proceso de aculturación, se acuñó el término en las
radiodifusoras, canales de televisión y aun en los discursos públicos.
En la mañana
del 20 de marzo de 1996, el monumento dedicado a Luis Vargas Torres en el Parque
20 de Marzo apareció manchado de excremento humano, lanzado por anónimos
coproterroristas en la madrugada. Las
instituciones públicas de Esmeraldas, para entonces, habían dejado de realizar
actos de homenaje al héroe. El insólito
atentado coproterrorista era el remate de un proceso de degradación social, de
olvido de nuestras tradiciones libertarias y de renuncia a nuestra
identidad. Unos meses antes, en
septiembre de 1995, el Consejo Provincial había dado un golpe de gracia:
declaró al mes de septiembre como el Mes del Esmeraldeñismo, en homenaje al
arribo de los conquistadores españoles ocurrido el 21 de septiembre de 1526. Ese arribo fue elevado a fecha cívica mayor,
y siguiendo el proceso de aculturación, se le llamó fundación de Esmeraldas,
imitando a las dos ciudades principales del país, que celebran sendas fiestas
de fundación. Así, cada 21 de
septiembre, en toda la provincia, se llegó a celebrar durante años una
fundación que no existió. La promoción
de la confusión y de la decadencia espiritual llegó al clímax.
Contra esa
agresiva corriente de promoción de la pérdida de identidad local, comenzó a forjarse
la resistencia cívica. En 1997 se conformó
un comité interinstitucional de conmemoración de los 110 años de la inmolación
del héroe y hubo importantes actos, pero la desorientación había crecido
demasiado. La revista que publicó la Municipalidad de
Esmeraldas con motivo de las festividades de agosto de 1997, presentó en la
página 24, bajo el título “Parques y Monumentos”, una fotografía de la estatua,
con esta leyenda: “Monumento al Coronel Luis Vargas Torres, héroe de la Independencia de
Esmeraldas…”. ¡Vargas Torres, héroe de la Independencia! Se estaba repartiendo la ignorancia a manos
llenas. Ese era hasta entonces
el más grave atentado que una entidad pública de Esmeraldas había cometido
contra la memoria de Vargas Torres, pero el asunto no paró allí. En la dirigencia del magisterio, entre los
locutores y aun entre las autoridades había proliferado un verdadero voluntariado
de la confusión.
Las
autoridades, sobre todo las de la Municipalidad de Esmeraldas, retomaron la
conmemoración del aniversario de la muerte de Vargas Torres, pero lo vaciaron
de contenido y proliferó la confusión. Se
multiplicaron los que hablaron del “martirologio”, sin detenerse a pensar en el
significado de esta palabra, y los que improvisaron lugares comunes sobre la
memoria del prohombre o lanzaron alguna frase mal construida, algún disparate. Algún funcionario, provisto de un micrófono,
atribuyó a Vargas Torres este dicho: “Desgraciados los pueblos cuya juventud no
lucha y hace temblar a los tiranos”. Años
atrás escribí contra el atentado de atribuirle a Juan Montalvo esta frase, que
arbitrariamente colocaron en una de las paredes de la Casa del Maestro, pero los
voluntarios de la confusión siguieron en lo suyo: no sólo hubo quien se la atribuyó
a Vargas Torres, micrófono en mano, ante centenares o miles de personas, sino
que también en el Paseo de la
Prensa, en las calles 10 de Agosto y Bolívar de la ciudad de
Esmeraldas, se mantuvo, con el patrocinio de la Municipalidad, un
texto parecido, que no pertenece a Montalvo, pero que se lo atribuyeron.
No faltaron
quienes compararon a Vargas Torres con un personaje cualquiera de nuestro
tiempo. A una dirigente de maestros
escuché decir en un noticiario radial que Luis Vargas Torres fue encarcelado
por combatir a la tiranía de los españoles y lo comparó con un personaje que
había sido detenido bajo acusación de peculado en esos días. En uno de los actos organizados al pie del
edificio municipal en homenaje a Vargas Torres, un orador dijo que Vargas
Torres había dado su vida para liberarnos del yugo español. Y ya son muchos los que creen que Vargas
Torres es un héroe de la
Independencia, sin imaginarse siquiera que él no había nacido
en esa época.
En marzo de
2002, a nombre del comité de conmemoración, la Gobernación y la
administración municipal emitieron tarjetas de invitación a las actividades de
celebración del aniversario de inmolación del mártir, incluyendo entre ellas
una misa campal en la Iglesia La
Merced. ¡Misa campal en homenaje al
hombre que, frente al pelotón de fusilamiento, rechazó una vez más al sacerdote
que insistía en que se confiese! El historiador
Rodolfo Pérez Pimentel, indignado y lapidario, desde Guayaquil escribió: “Los
miembros del Comité han cometido un error al celebrar la inmolación de un
héroe, es decir, un asesinato a sangre fría.
Celebrar es recordar con alegría, celebrar es festejar un acontecimiento
feliz y nadie puede alegrarse con el asesinato de un hombre bueno, inocente de
toda culpa…. Sólo a ustedes se les podría ocurrir tal absurdo… Y encuentro que entre los actos principales,
consta una Misa Campal en la iglesia de la Merced y esto es una traición a la memoria del
héroe y una tergiversación cerdosa de la verdad histórica. ¿Acaso no conocen que Vargas Torres rechazó
los auxilios religiosos que le ofreció con insistencia el Obispo Miguel León
Garrido? ¿Es que no han leído, ni por
los forros, según parece, las diversas biografías que se han publicado sobre el
héroe? ¿Cómo pueden ser tan
ignorantes o tan perversos?
¿Cómo pueden burlarse de un héroe impoluto, de un mártir inocente…?
Torcer la historia ecuatoriana acomodándola al antojo politiquero actual
constituye un crimen de lesa Patria”. Duras,
excesivamente duras, fueron sus palabras, pero así fue como Rodolfo Pérez
Pimentel levantó su voz para oponerse a
la tergiversación y a que se siga repartiendo la ignorancia a manos llenas.
La Fundación Eloy Alfaro, en
el año 2006, encuestó a 206 personas vinculadas a la Universidad Luis
Vargas Torres como bachilleres del curso preuniversitario y estudiantes regulares,
con un cuestionario que incluyó preguntas sobre la vida y la muerte del
personaje. Al contestar la primera
pregunta, en la que los encuestados tenían que escoger entre tres opciones la
fecha en que murió el prócer, sólo el 47.5 % acertó; pero en la segunda
pregunta, en la que debían indicar cómo murió, sólo el 25.24 % acertó, mientras
que el 74.76 o no contestó o lo hizo mal, con lo cual se evidenció que muchos
de los que acertaron en la primera pregunta, realmente no conocían el tema. La tercera pedía señalar el lugar de
nacimiento y el de la muerte del prócer; un 35.43 acertó. Ante la cuarta pregunta, el 31.55 % contestó correctamente
que fue un héroe del liberalismo; más de la mitad no contestó, y otros
señalaron que era héroe de la independencia o un novelista. Ante la quinta pregunta, sólo un 26.21
acertó marcando la opción de que Luis Vargas Torres y Carlos Concha Torres eran
hermanos de madre. Muchos entrevistados dijeron
que no tenían la más remota noción sobre estos datos, a pesar de que en algunos
casos eran hijos de profesores.
La Universidad Técnica Luis Vargas
Torres, no obstante que tiene el nombre del personaje, sigue graduando
profesionales que ni siquiera pueden mencionar quiénes eran los padres de Luis
Vargas Torres ni la época en que vivió y murió, ni durante qué gobierno fue
condenado a muerte, ni menos esbozar algo sobre su pensamiento. Hace más de una década, la Universidad creó la
cátedra Luis Vargas Torres, con un confuso diseño. Después de estar al frente de la universidad
desde 1994 hasta el 2009, el rector saliente, en una entrevista concedida poco
antes de cesar en su cargo, reconoció que no se había avanzado en torno a esa
cátedra; la resolución no se había ejecutado. Cayó en el vacío las admonición del
historiador Dr. Neptalí Zúñiga en el prólogo de la edición de 1973 de “La Revolución del 15 de
Noviembre de 1884”, cuando señalaba que la Universidad Técnica
Luis Vargas Torres tiene que vigilar la nombradía impoluta de su patrono.
En
junio de 2008, a dos dirigentes estudiantiles universitarios, un reportero les
preguntó en una radiodifusora cuándo y dónde murió Luis Vargas Torres; cada uno,
en medio de titubeos y evasivas, dijo cualquier cosa, menos la fecha y el lugar
donde murió el patrono de la institución.
No tenían la más mínima idea; ni siquiera sabían qué gobernante tuvo que
ver con la muerte del héroe. En marzo
del 2009, uno de ellos dijo en televisión que ha defendido y defenderá La Concordia, como la han
defendido Luis Vargas Torres, Carlos Concha y Jorge Chiriboga. En nuestros medios de comunicación se han difundido
las cosas más inverosímiles. Que es un
héroe de la independencia, que el sillón del alcalde es el sillón de Vargas Torres,
que lo comparan con algún personaje de nuestro tiempo: son sólo unas cuantas
pero muy repetidas ‘perlas’ que he oído a periodistas, profesores o personajes
públicos durante más de una década; y a ellas faltaba añadir una nueva,
proveniente de la dirigencia estudiantil universitaria: que Vargas Torres y
Carlos Concha defendieron a La
Concordia.
Luis Vargas
Torres sigue siendo un desconocido. Si
se hubiese conocido a Vargas Torres, se lo habría ubicado en el tiempo; se
habría conocido que, según los escritores contemporáneos del prócer, tenía
entre 27 y 32 años cuando fue fusilado en Cuenca el 20 de marzo de 1887, y que
biógrafos como Jorge Pérez Concha y Rodolfo Pérez Pimentel –vinculados por
lazos de sangre con él- fijan el año 1855 como el de su nacimiento. Por tanto, nació bastante después de la Batalla del Pichincha, que
selló nuestra independencia, y no podía haber sido uno de sus héroes. Así mismo, en 1887 no existía la población de
La Concordia,
y no podía Vargas Torres defenderla. Si
hubiesen conocido lo básico sobre Vargas Torres, aquella abrumadora mayoría de bachilleres
y estudiantes de la
Universidad encuestados en el año 2006 no habría marcado como
opciones de respuesta que Vargas Torres y Carlos Concha eran adversarios
políticos o que no tenían relación alguna o que participaron juntos en las
guerras de la independencia. Aquella abrumadora
mayoría no sabía que Luis Vargas y Carlos Concha eran hijos de una misma madre,
doña Delfina Torres. Si hubiesen
conocido el pensamiento de Vargas Torres y los últimos días de su vida entre la
prisión y el patíbulo, no se le habría ocurrido a los directivos del comité de
conmemoración en marzo del año 2002 convocar a una misa en honor al héroe.
Era necesario
dar nuevamente la palabra al prócer esmeraldeño, para que las generaciones
actuales conozcan su pensamiento y su faceta de intelectual y polemista. En 1973, hace 37 años, la Universidad Técnica
Luis Vargas Torres publicó una edición facsimilar de “La Revolución del 15 de
Noviembre de 1884”, y desde entonces no ha sido reeditada. Aquella publicación se convirtió, a la
postre, en una rareza bibliográfica.
Ante el grave desconocimiento de la obra y del pensamiento del prócer,
propusimos en nombre de la Fundación Eloy
Alfaro, que alguna de las instituciones de Esmeraldas reedite por lo menos ese
opúsculo y que se organice la recuperación de “Alfaro y los pentaviros de
Quito”, otra obra de su autoría, frecuentemente citada, así como los discursos que
pronunció en la
Constituyente de 1883 a 1884. No lo conseguimos, a pesar de que en el año
2006, el máximo personero municipal se comprometió, al intervenir en un canal
de televisión, a realizar esta labor de rescate cultural. La Fundación
Eloy Alfaro propuso a mediados del año 2009 a la Casa de la Cultura Ecuatoriana
núcleo de Esmeraldas la reedición del ensayo “La Revolución del 15 de
Noviembre de 1884”, del opúsculo “Al Borde de mi Tumba” -una especie de
testamento político que escribió pocas horas antes de su ejecución- y de la
breve y conmovedora carta a su madre. La
propuesta fue acogida con entusiasmo y sin ambages por el presidente de la Casa de la Cultura Ecuatoriana
núcleo de Esmeraldas, Arq. Alberto Santoro Williams, y hoy contamos con una nueva
edición, aunque seguirá siendo tarea pendiente el rescate de “Alfaro y los
pentaviros de Quito” y de los discursos pronunciados en la Asamblea Constituyente.
En “La Revolución del 15 de
Noviembre de 1884”, escribió Vargas Torres con profunda convicción de
librepensador: “Es imposible que una Nación pueda prosperar a la sombra del
terror y del fanatismo católico”. Esa convicción
de librepensador la confirmó en el momento supremo, al pie del patíbulo, cuando
rechazó una vez más los auxilios de una religión en la que no creía y de una
institución –la Iglesia Católica-
a la que consideraba uno de los resortes del retroceso. Vargas Torres era un crítico de la herencia
española, particularmente en el aspecto religioso, y deploraba que, no obstante
la emancipación, ha persistido esa influencia.
“En mala hora nos legó España su política conventual,
y felices, muy felices, seríamos hoy si las nuevas Naciones no hubieran seguido
en eso las huellas de la
Madre-Patria; pero, por desgracia, no sucedió así, y cúpole
al Ecuador llevarse la palma y sobresalir entre sus hermanas, hasta llegar a
ser la hija predilecta del Dios del Vaticano”. En una comunidad que se precie de reconocer a
Vargas Torres como uno de sus próceres más representativos, resulta
un contrasentido que se instituya al 21 de septiembre de 1526 como una fecha
cívica símbolo del esmeraldeñismo.
Vargas Torres
dice en la obra citada que el Ecuador estaba atado a una cadena forjada por
Plutón –el dios romano de los muertos- en las fraguas del Vaticano. ¿Cómo entender que un comité de
conmemoración, dominado por la
Municipalidad y la Gobernación, organice en el año 2002 con los
representantes de la Iglesia
una misa campal en homenaje al héroe? Es
obvio que para una Iglesia Católica, que hasta hoy no ha pedido perdón por el
comportamiento que tuvo en torno a la muerte del mártir, puede ser incómodo que
se conozca el auténtico pensamiento de Vargas Torres; que se conozca que la Iglesia, en lugar de
abogar por la vida del héroe o condenar la injusta e inconstitucional
aplicación de la pena de muerte, trató de conseguir la confesión del prisionero
como un trofeo; y que, por considerarlo un hereje, le negó la sepultura en el cementerio,
que en esa época estaba bajo su control.
Nuestro
prócer tenía la certeza de que, no obstante los reveses que suelen darse en la
lucha por la transformación revolucionaria, las sociedades marchaban hacia “el
perfeccionamiento indefinido”. La visión de que la tendencia hacia el progreso
domina en la naturaleza y en el desarrollo de las sociedades, es una señal inequívoca
–pienso yo- de la influencia darwiniana. En “La Revolución del 15 de Noviembre de 1884”, Vargas
Torres escribió: “Preciso y necesario es que, para el desarrollo progresivo de
las libertades públicas y el mejoramiento indefinido de la sociedad, hayan
hombres y gobiernos que con sus hechos den a conocer la criminal doctrina
ultramontana y hagan palpar sus funestas consecuencias….… lo que domina en
nuestra naturaleza es la tendencia hacia el progreso, y ésta es indestructible
por ser inherente a aquélla”. Desde la
aparición de “El origen de las especies” de Charles Darwin en 1859, su
influencia dominó el debate académico y científico durante la segunda mitad del
siglo XIX, y no se circunscribió al ámbito de las ciencias naturales, sino que
trascendió en la filosofía y en las ciencias sociales. Hombre dedicado a largas lecturas, Luis Vargas
Torres debió haber leído al célebre naturalista inglés o sobre él. César Névil Estupiñán, uno de sus biógrafos,
afirma que cuando Vargas Torres residió en Guayaquil, reunió una numerosa
biblioteca y tuvo entre sus autores preferidos a científicos alemanes de
renombre, todos ellos defensores y propagadores de las teorías de Charles
Darwin, como el biólogo y filósofo Ernesto Haeckel, el que acuñó el término ecología
en el lenguaje científico; el naturalista y pensador Carlos Vogt, partidario de
la teoría biológica del transformismo, claro representante del materialismo
científico, catedrático de zoología y geología en la Universidad de
Ginebra; y el médico y escritor Luis Buchner, profesor en la Universidad de Tubinga.
No
faltan en sus escritos las invocaciones y las reminiscencias de la Revolución
Francesa, a la que en su trabajo sobre el movimiento del 15
de noviembre, calificó como “la santa hoguera de esa grande e inmortal
revolución, cuya cuna fue la heroica Francia”.
En “Al Borde de mi Tumba” nombra a Mirabeau y a Vergniaud, personajes sobresalientes de la Revolución
Francesa, grandes oradores y abogados, el primero de ellos, líder
de los estados generales y presidente de la asamblea constituyente, y el
segundo, el líder del partido de los girondinos, inmortal en la memoria de
Francia, al decir del escritor francés Alfonso de Lamartine. Los principios de derecho político de la Revolución
Francesa, inspirados sobre todo en el filósofo ginebrino Juan
Jacobo Rousseau, son expresados claramente por Vargas Torres. “Materia es por demás conocida –escribe en
“Las Revolución del 15 de Noviembre de 1884”- que… la soberanía reside en el pueblo, y que es por su voluntad, y no por la
divina, que existe el Gobierno, quien no es más que un delegado, ejecutor de su
voluntad; y que aquél como legítimo y único soberano de su territorio puede
removerle y sustituirle”. Es
ciertamente muy conocido que la
Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano adoptada
por la Asamblea Constituyente
de Francia en 1789 proclamó que el principio de toda soberanía reside
esencialmente en la nación y que este concepto básico ha pasado al derecho
constitucional y se conserva hasta la actualidad. El derecho a la resistencia contra la
opresión y la tiranía, proclamado también por la Revolución Francesa,
es ejercido por el héroe al precio de su vida, como se lee en “Al Borde de mi
Tumba”: “¿Con que no creéis que tenemos
sobradas razones y mucho derecho para defender con las armas en la mano lo que
tiene de más caro un ciudadano republicano?”.
Se
declara liberal, y aunque no usó el adjetivo radical, fue un liberal auténticamente
radical, en una época en que ser liberal radical era ser revolucionario, era
estar en primera fila en la lucha contra los abusos de la dominación religiosa,
incompatible con la libertad de conciencia y la tolerancia. En “Al Borde de mi tumba” señala que,
mientras el partido liberal perdona, el partido conservador, asesina; al primero
le caracteriza la sensatez y la generosidad, mientras que al segundo, la
ferocidad y la abyección. El liberalismo
radical de Vargas Torres era el de “libertad, igualdad y fraternidad”, el
célebre lema de la Revolución Francesa.
Los liberales radicales eran anticlericales,
promotores del laicismo y opuestos al coloniaje. Ya hemos dado cuenta de sus punzantes y categóricas
expresiones contra el Dios del Vaticano,
el fanatismo católico y la política conventual heredada de España; y en esa
misma obra lo encontramos indignado contra Juan José Flores por el proyecto de
reconquistar lo que éste llamaba “su patria”, para colocar en un trono a un
español con el nombre de Juan I y resucitar el viejo coloniaje. No da el nombre de Flores, pero es tajante en
llamarlo el “Caín de Colombia”, “el
héroe de Berruecos, vasallo de doña Cristina”, el “criminal aventurero sin
Dios, patria ni hogar que, en los desfiladeros de Berruecos, hizo volar al
cielo de los inmortales al Gigante de Pichincha y Ayacucho”. Era vox populi en los medios políticos de la
época, que Flores fue autor intelectual del asesinato de Sucre, pero aún suelen
pasarlo por alto historiógrafos contemporáneos:
Una fecha importante de la historia
de Esmeraldas y del país, pero olvidada por las actuales generaciones, ha
mencionado Vargas Torres en “La
Revolución del 15 de Noviembre de 1884”. Se trata del 6 de abril de 1882. A fines de marzo de 1882 se produjo en Quito un cuartelazo que proclamó
dictador a Ignacio de Veintemilla, cuando estaba próxima la terminación de su
período presidencial. El cuartelazo fue
secundado el 2 de abril de 1882 en Guayaquil por otros esbirros de Veintemilla.
En todo el país hubo indignación, pero
en ninguna provincia tomó cuerpo la protesta, excepto en Esmeraldas. Apenas en Esmeraldas se tuvo noticias del
golpe de estado, se levantaron los liberales radicales apoderándose del
cuartel, desconociendo a Veintemilla y proclamando jefe supremo al entonces
coronel Eloy Alfaro. El levantamiento de
Esmeraldas fue el punto de partida de una gran campaña de reivindicación
nacional; fue emulado por otras provincias del país, y quince meses después, el
9 de julio de 1883, cayó Veintemilla. A Esmeraldas le cupo el honor de ser la
pionera de la protesta nacional contra la corrupta dictadura de
Veintemilla. El escritor Pedro Moncayo,
decía a propósito de este acontecimiento: “la
conducta de los esmeraldeños es digna de todo elogio; es la provincia más
pequeña, de menores recursos, y sin embargo, está mostrando el camino a los
demás para salvar el buen nombre de la patria”. Vargas Torres exalta esa gesta como una
protesta del pueblo para vengar su honra ultrajada, y la coloca en un alto
nivel histórico.
En esta edición se reproduce el
prólogo que escribió el historiador Neptalí Zúñiga para la edición de 1973 de “La Revolución del 15 de
Noviembre”, por las interesantes reflexiones sobre un “escritor de verdades
salpicadas de ironía sangrante o de pasión política irreversible”, “que hace y
escribe historia nacional, como Rocafuerte, Moncayo, Roberto Andrade”; un
hombre que, al decir de Zúñiga, “representa a un pueblo en marcha en la segunda
mitad del siglo XIX”, un pensador que enjuicia al floreanismo, al marcismo y al
garcianismo en períodos generacionales de quince años.
Pormenores
importantes sobre los torcidos manejos del consejo de guerra a que fue sometido
Vargas Torres, son narrados en “Al Borde de mi Tumba”, en medio de profundas reflexiones. En la Carta de Despedida a la madre se trasunta el
dolor de la partida y el recuerdo de los seres queridos. Son una especie de testamentos, declaraciones
de última voluntad, que muestran la enorme entereza espiritual del autor. Sobresale de esos textos el discurso que
pronunció ante el consejo de guerra y que provocó las patéticas palabras de
Alfaro desde Lima: “Luis se ha inmortalizado…... Las
palabras de él ante el Consejo de Guerra de sus verdugos son un documento
inmortal. ... Ha hecho gala de
dignidad y de valor”.
La posteridad ha confirmado el veredicto de Alfaro, y la reedición de
estas páginas debe convertirse en una herramienta útil para que las nuevas
generaciones conozcan y valoren en su verdadera dimensión a Luis Vargas Torres.
Esmeraldas,
diciembre de 2010
Walter
Rivera León
Presidente
de la Fundación Eloy Alfaro