lunes, 4 de junio de 2012

A UN SIGLO DE LA HOGUERA MACABRA POR WALTER RIVERA LEÓN


DEBATE Y VISIBILIZACIÓN Un intenso debate nacional se desarrolló desde fines del año 2011 sobre el centenario de los crímenes de enero de 1912, cuya más importante víctima fue el general Eloy Alfaro. La gestión de la comisión interinstitucional de conmemoración de la Hoguera Bárbara, creada mediante decreto del 2 de agosto de 2011, y los actos organizados por familiares de las víctimas y otros sectores sociales, estimularon ese debate. Descendientes, no sólo de Eloy Alfaro, sino también de otros mártires, se organizaron para que el país visibilice a Medardo Alfaro Delgado, Flavio Alfaro Santana, Manuel Serrano Renda, Ulpiano Páez Égüez, Luciano Coral Morillo y Pedro J. Montero Maridueña. Durante tres días hubo campamentos en El Ejido, el parque donde se consumó lo que el escritor Alfredo Pareja Diezcanseco llamó Hoguera Bárbara y yo prefiero llamar Hoguera Macabra . Tramos del último viaje de los mártires en el tren, y el itinerario del 28 de enero de 1912 en el penal, en las calles de Quito y en El Ejido, fueron reproducidos cien años después, para mantener viva la memoria de la espantosa masacre que durante un siglo ha sido atribuida al pueblo quiteño por los victimarios triunfantes, sus aliados y sus herederos. Tumbas, celdas y estatuas de los mártires fueron escenarios de diversos actos públicos. En Guayaquil, en la plaza de San Francisco, hubo una concentración que rememoró el arrastre, el descuartizamiento y la quema del cadáver de Montero en el mismo sitio donde en 1912 culminaron los atroces actos. Miles de indígenas se concentraron el 26 de enero de 2012 en Gatazo Chico, provincia de Chimborazo, para rememorar la batalla que en agosto de 1895 definió el ascenso de Eloy Alfaro al poder. Hubo voces que propusieron la rectificación de la partida de defunción de Eloy Alfaro, donde falsamente consta que fue llevado a Quito como prisionero de guerra y que lo asesinó el pueblo. Historiadores, funcionarios, activistas sociales y políticos, y aun parientes de las víctimas y de los victimarios desfilaron ante las cámaras de televisión, en los periódicos y en las plazas públicas. Durante la solemne conmemoración organizada por el gobierno de Rafael Correa, la ministra Mireya Cárdenas hizo pública entrega de sendas espadas de Eloy Alfaro y Pedro Montero, que en 1983 fueron sustraídas del museo municipal de Guayaquil por miembros del disuelto grupo guerrillero “Alfaro Vive, Carajo”, y se abrió una polémica por su custodia. ERRÓNEA RESOLUCIÓN DE LA ASAMBLEA NACIONAL La Asamblea Nacional, en resolución adoptada el 19 de enero de 2012, declaró al 28 de enero como Día de la Reparación Nacional, pero con notables errores. El cuarto considerando dice: “Que el 28 de Enero se conmemora el centenario del mayor crimen político de la historia, cuando el ex-presidente de la República del Ecuador, Eloy Alfaro Delgado, fue asesinado, arrastrado, mutilado e incinerado, conjuntamente con sus compañeros: General Ulpiano Páez, General Flavio Alfaro, Medardo Alfaro, el periodista Luciano Coral, víctimas todos de una conspiración criminal que constituye una vergüenza eterna para la sociedad ecuatoriana y la humanidad y que tuvo consecuencias similares para asesinar a otros Líderes Alfaristas como Pedro Montero, Julio Andrade entre otros” (sic). ¿Y el general Manuel Serrano? ¿Por qué, a pesar del esfuerzo de familiares de las víctimas por visi-bilizar a todos los mártires del 28 de enero, este considerando no menciona al general Serrano? ¿Y por qué dice que la masacre del 28 de enero tuvo consecuencias similares para asesinar a otros Líderes Alfaristas como Pedro Montero y Julio Andrade? ¿Acaso Montero y Andrade fueron asesinados después del 28 de enero? ¿Acaso compartían un mismo proyecto político o militar? Pedro Montero fue asesinado, descuartizado y quemado en Guayaquil el 25 de enero de 1912, tres días antes de la masacre del 28 en Quito, mientras que Julio Andrade fue eliminado más de un mes después -5 de marzo de 1912-, en circunstancias diferentes, sin arrastre, ni descuartizamiento, ni hoguera. Por último, la resolución de la Asamblea pasa por alto que Julio Andrade, utilizado por Leonidas Plaza Gutiérrez y Carlos Freile Zaldumbide, derrotó militarmente a las fuerzas de Montero en enero de 1912, pero cuando Andrade se convirtió en candidato a presidente de la República y en el principal obstáculo para que Plaza acceda al poder, fue asesinado. Y el Art. 6 de la resolución de la Asamblea dice: “Artículo 6.- Declarar «Mártires de la República del Ecuador a Pedro Montero, Eloy Alfaro, Flavio Alfaro, Medardo Alfaro, Luciano Coral y Julio Andrade» como un reconocimiento a su vida, obra y actuación política…”. Aquí, la Asamblea ya no sólo omitió el nombre de Manuel Serrano; también omitió el de Ulpiano Páez. ¿Por qué? No lo sé. En cambio, volvió a nombrar a Julio Andrade, aquel que en un momento de vértigo –al decir del escritor José María Vargas Vila- abandonó la libertad para ponerse al servicio de un areópago de traidores. UNA ENTREVISTA EMBLEMÁTICA La entrevista realizada en el canal de televisión Ecuavisa el 2 de febrero de 2012 a Leonidas Plaza Sommers es uno de los oscuros símbolos de la conmemoración del centenario, no sólo por el llamado que el entrevistado hizo a parar el estado de guerra y de desangre verbal entre ecuatorianos, desatado por las numerosas inculpaciones públicas contra su abuelo Leonidas Plaza Gutiérrez por los crímenes de 1912, sino también por una insólita versión: que Plaza Gutiérrez trató de que Eloy Alfaro se ponga a buen recaudo, pero este último era terco y no le hizo caso. Me asombra que, a los cien años de la Hoguera Macabra, alguien pretenda que un pueblo entero trague ruedas de molino tan grandes. El entrevistador Alfredo Pinoargote, quien ha demostrado conocer lo suficiente sobre los hechos y suele ser muy acucioso con los entrevistados, no le recordó, ni siquiera a título de pregunta, que Eloy Alfaro fue capturado –mejor dicho, secuestrado- por orden de Leonidas Plaza Gutiérrez, pocas horas después de que el propio Plaza, jefe del ejército regular, y Montero, jefe de los insurrectos, firmaron un tratado de paz que otorgaba amplias garantías. ¿Cómo podía Alfaro ponerse a buen recaudo, si era prisionero de Plaza? ¿Cómo pudo el nieto de Plaza atribuir a la terquedad de Alfaro su trágico fin, si era prisionero de Plaza? ¿Por qué el entrevistador no comentó que en la noche del 25 de enero de 1912, Eloy Alfaro y sus compañeros prisioneros fueron sometidos a la tortura de escuchar desde un local contiguo la audiencia organizada por Plaza, en la que Montero fue cobardemente asesinado? ¿Pedirá el nieto algún día perdón por haber tratado de engañar al público así? La soltura con que se expresó el nieto de Plaza, confirma que la impostura sólo puede prosperar sobre la base del desconocimiento que aún existe acerca de quiénes, cómo y por qué organizaron el asesinato de Eloy Alfaro y sus ilustres compañeros. Por último, el entrevistado se refugió en el historiador Enrique Ayala Mora para exculpar a Plaza Gutiérrez de responsabilidad en los horrorosos crímenes cometidos contra Eloy Alfaro y otros mártires. Aquella entrevista resumió y representó un estado social de confusión y de contemporizaciones, a la hora de conmemorar el centenario del crimen más grande y abominable de la historia. LOS ACADÉMICOS DE LA HISTORIA La entrevista realizada en la noche del 16 de enero de 2012 en el canal del Estado a Juan Cordero, presidente de la Academia Nacional de Historia, también resultó patética. El académico dijo condenar el crimen, pero evadió señalar a los responsables y prefirió hablar de García Moreno; declaró, incluso, que el asesinato de Alfaro es tan condenable como el de Gabriel García Moreno, como si no fuesen inmensas las diferencias entre uno y otro magnicidio. Ensayó exiguas alabanzas sobre Alfaro, que me hicieron recordar las palabras que Jesús citó ante escribas y fariseos: “Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí” . No olvidemos que la Academia Nacional de Historia tiene una matriz antialfarista: fue fundada en 1909 por Federico González Suárez y un pequeño y selecto grupo de enemigos de Alfaro, cuando éste era presidente del Ecuador, y algunos estuvieron involucrados, por acción o por omisión, en la Hoguera Macabra. Familiares de los mártires, con motivo de la conmemoración del centenario, reprodujeron parcialmente una memoria intitulada “Sucesos recientes que pueden interesar al porvenir” , sin advertir al lector sobre el antialfarismo furioso y mili-tante del autor, Cristóbal Gangotena y Jijón, uno de los fundadores de la Academia Nacional de Historia, que en ese libelo descarga su odio contra Montero y Alfaro, y con muy poca vergüenza, confiesa a medias que participó en el arrastre, pero trata de justificarse alegando que fue obligado por la multitud delirante. Numerosos editoriales escribieron algunos académicos. En la edición del 28 de enero de 2012 del diario Hoy, hubo dos largos artículos, que no contienen una sola palabra de reprobación de los execrables crímenes de 1912; ni siquiera intentan identificar a los responsables. “Eloy Alfaro: memoria de una tragedia mítica”, del antropólogo Segundo Moreno Yánez, ensaya una interpretación sicoanalítica, según la cual el despedazamiento de cadáveres, su arrastre y cremación –tal el caso del 28 de enero de 1912- son ritos orgiásticos, que se producen por una intensa crisis social, cimentados en una excitación dionisíaca, e insinúa que las trágicas muertes de Flavio Alfaro, Pedro Montero y el coronel Luis Quirola, este último asesinado y despedazado en prisión el 11 de agosto de 1911, durante el golpe de Estado contra Eloy Alfaro, son un castigo por un sacrilegio cometido en 1897. De paso, omite decir que conservadores y curas combatían con las armas en la mano para derrocar al Viejo Luchador, utilizando incluso templos para acciones militares. Repito que el señor Moreno nada reprocha a los asesinos de 1912; al contrario, reprocha a los mártires un sacrilegio cometido en 1897, pero no encuentra sacrilegio en los arrastres y otros ultrajes cometidos al grito de “¡Viva la Religión, viva el Sagrado Corazón de Jesús, mueran los masones!”. Para él no son sacrilegios, no son actos abominables, meros ‘ritos orgiásticos’ los actos del 25 y el 28 de enero de 1912. ¿Qué pretende? ¿Pretende que aceptemos esos atroces actos como naturales, como costumbres, como meros ‘ritos orgiásticos’, a los que apela la humanidad para desahogarse en las intensas crisis sociales? ¿O será que estamos ante un arrastrador y descuartizador redivivo de 1912? Siguiendo su curiosa tesis, no son crímenes horrendos, sino ‘ritos orgiásticos’, que la condición humana necesita para desahogarse; por tanto, no tenemos que condenar a nadie en particular por esos monstruosos crímenes, ni a Leonidas Plaza, ni al efímero gobierno de Carlos Freile Zaldumbide, ni al cochero José Cevallos que en el penal mató al indefenso Eloy Alfaro con un balazo en el rostro, ni al cura Bravo que acompañó a Cevallos en el cobarde magnicidio; a nadie. A veces me pregunto qué habría escrito el señor Moreno si los arrastres y las hogueras macabras se hubieran producido contra el cura Bravo o contra González Suárez, el arzobispo de esa época. ¿Diría que son meros ‘ritos orgiásticos’ o habría condenado con horror a los responsables, tildándolos no sólo de sacrílegos? Nótese que condenó a Montero, a Flavio Alfaro y a Quirola por un supuesto sacrilegio de 1897, pero no condenó a nadie por la Hoguera Macabra de 1912. Recuerdo que el señor Moreno es también autor de un artículo publicado por diario Hoy el 8 de diciembre de 1996 con el título “Los Fantasmas de Carondelet”, en el cual afirmó que en el palacio de gobierno existe un epitafio que recuerda al Viejo Luchador, “arrastrado con varios de sus tenientes por las pedregosas calles de Quito el 28 de enero de 1912” y que “esta fue la venganza que se tomaron los ciudadanos en nombre de los huérfanos y de las viudas por las más de tres mil víctimas que perecieron en los campos de batalla de Huigra, Naranjito y Yaguachi”. No hay epitafio alguno en el lugar indicado por este autor, ni lápida con ese contenido, y nada tuvo que ver Alfaro con los combates a que él se refiere. Este autor guardó silencio acerca de que fue la ambición de Leonidas Plaza la que provocó esos combates y una larga sucesión de asesinatos. Yo llamo Pedagogía del Oprobio a este método que, por una parte, nos conduce a identificarnos con las fuerzas de la antipatria; y que, por otra parte, pretende que reneguemos de la grandeza. “Muerte y Política”, de Vladimir Serrano, insinúa una afición tanatofílica del gobierno de Rafael Correa por adoptar a Alfaro como su inspirador histórico. Cuestiona la propuesta de rectificar la partida de defunción del Viejo Luchador y critica la segunda administración alfarista, describiéndola como represora de estudiantes, antipopular y promotora del arrendamiento de las islas Galápagos. La muletilla de la represión a los estudiantes –de la que se han valido los arrastradores de 1912 y los que aún se dejan confundir o lo aparentan- fue aclarada, incluso por el propio Alfaro en las memorias que portaba en su maleta del viaje hacia la muerte, conservadas y entregadas a la posteridad por el coronel Carlos Andrade . Fue un incidente menor, en el que un pequeño grupo de estudiantes curuchupas –ebrios algunos de ellos- provocó y atacó con armas de fuego e hirió a balazos a un militar y a varios ciudada-nos más, lo cual generó reacción y murieron dos de esos estudiantes. ¿Por qué este autor no se fija en las abominables matanzas –verdaderos crímenes de lesa humanidad-, mediante las cuales Plaza Gutiérrez se abrió camino hacia el poder? ¿Por qué no se fija en los numerosos asesinatos cometidos a lo largo de toda su administración? ¿Cómo olvidar que Plaza cometió otro crimen sin igual en la historia, cuando hizo bombardear a la ciudad de Esmeraldas en 1914, durante la Guerra de Concha? Es significativo que, en cambio, sí se detenga en un incidente menor –magnificándolo-, para inculpar al mártir. Por último, atribuye falsamente a Alfaro la intención de arrendar las islas Galápagos, mientras silencia que Plaza hizo negociaciones para entregarlas a Francia y a Estados Unidos de América, que afortunadamente fracasaron. Silencia también que Plaza entregó por dinero cerca de 60.000 km2 a Brasil en 1904 mediante un tratado secreto , y que cedió unos 180.000 km2 a Colombia en 1916 . He allí recursos adicionales: transfiere al pueblo el sentimiento de rechazo y de odio que imperaba en la aristocracia, en la alta jerarquía eclesiástica y en la facción placista; atribuye hechos de sangre a los mártires, y endilga a los patriotas la traición a la patria. Le faltó dar un paso: aplaudir a los asesinos. Cuando leo textos como estos, me acuerdo de estas amargas palabras de Vargas Vila : “¿a dónde mayor suma de Impostura acumulada –de Impostura y de Injusticia- que en el seno de la Historia? / más que una conspiración contra la Verdad, una conjuración contra la Justicia, parece el tejido de la Historia; … la Historia ha sido deshonrada por los historiadores, que han vivido en contubernio vergonzoso con la tiranía”. ¿No es hora ya de ajustar cuentas con los historiadores? El historiador Enrique Ayala Mora, radical opositor a la rectificación de la mendaz partida de defunción de Eloy Alfaro, sostuvo en algunas entrevistas lo que escribió en su libro “Nueva Historia del Ecuador”: que no hay elementos suficientes para acusar a Leonidas Plaza por los abominables actos de enero de 1912 . ¿Y quién firmó el tratado de Durán en nombre del ejército ecuatoriano? ¿Quién era el jefe del ejército? ¿Quién tenía el control político y militar en esa hora de tinieblas? ¿Quién engañó a Montero y se aprovechó de que éste disolvió a sus tropas, confiado en la fe de un tratado, para encarcelarlo sin resistencia y hacerlo matar? ¿Quién lo hizo capturar, en una descarada e insólita violación del tratado y una monstruosa traición a la fe pública? ¿Quién ordenó capturar a Eloy Alfaro, a Medardo Alfaro, a Ulpiano Páez, a Manuel Serrano, a Luciano Coral, que no habían participado en la insurrección? ¿Quién organizó los grupos que capturaron en Guayaquil a los ilustres mártires? ¿Quién hizo capturar a Flavio Alfaro, a pesar de que contaba con un salvoconducto otorgado por Plaza? ¿Quién organizó el consejo de guerra en el que fue asesinado Montero y enseguida arrastrado, despedazado y quemado? ¿Quién entregó seis prisioneros a Juan Francisco Navarro para que éste a su vez encargue al incondicional placista Alejandro Sierra la siniestra tarea de llevarlos a Quito, a una masacre segura? ¿Quién tenía ascendiente sobre Navarro y Sierra? ¿Quién en su ambición de llegar al poder, necesitaba eliminar todo obstáculo, en especial a los Alfaro? ¿Quién, sino Plaza? Dicen que no hay peor ciego que el que no quiere ver. ¿No hay un telegrama en el que Plaza aseguraba que si no optaba por la firma del tratado de paz de Durán, no habría podido capturar a sus víctimas? ¿No significa esto que la firma del tratado era sólo un anzuelo y que Plaza había concebido un siniestro plan de engaño, encarcelamiento y eliminación de los que podían obstaculizar sus ambiciones presidenciales? ¿No hay otro telegrama, en el que Plaza aseguraba que el viaje de los prisioneros a Quito era hacia una muerte segura? Plaza, los placistas, sus herederos y todos los comprometidos con la oprobiosa impunidad de los crímenes de 1912, podrán hacer dudar a este historiador, pero no podrán engañar o hacer dudar a todos todo el tiempo. Que Plaza fue el principal responsable de la masacre, debió decirlo hace tiempo y sin rodeos una declaración del Estado, con absoluta nitidez; pero no cabe duda: hubo y hay historiadores que han influido decisivamente para que el juicio de la posteridad se extravíe y sigamos en deuda con la recuperación de la verdad histórica. DIARIO EL COMERCIO Mucha tinta corrió en los editoriales periodísticos por el centenario, y un lugar destacado tuvo diario El Comercio, el periódico que hace un siglo llamó aborrecible y execrado a Eloy Alfaro, que difundió mentiras sobre preparativos militares, que lo calumnió sin escrúpulos y que proclamó que había que acabarlo de una vez para siempre. En las ediciones subsiguientes al 28 de enero de 1912, El Comercio publicó la macabra noticia en diminutos espacios de crónica roja, y los mártires figuraron, sin la más mínima conmiseración, como vulgares delincuentes linchados por el populacho. Hasta donde me consta, es el diario que, con motivo de la conmemoración del centenario, más materiales ha publicado sobre el tema. Entre otros documentos, publicó en fascículos “El Crimen de El Ejido” y “Los Últimos Días de Alfaro”, pero no reconoció el execrable papel que jugó en enero de 1912, ni pidió perdón, y persiste en dar pábulo a falsedades que, para confundir a generaciones enteras, se han dicho desde esa época, entre ellas la versión de que Eloy Alfaro preparaba en 1911 una dictadura. “Jamás he abrigado esas ambiciones que el odio político me atribuye… Lejos de mí la vulgar idea de aspirar a la dictadura y perpetuarme en el Poder; almas como la mía tienen más elevadas aspiraciones y no las mueve sino el amor desinteresado a la Patria”, dijo Eloy Alfaro en su último mensaje presidencial , el 10 de agosto de 1911, un día antes del sangriento y venal cuartelazo que lo derrocó. Alfaro podía retener el poder con apoyo de tropas leales, pero prefirió renunciar y exiliarse en Panamá, para evitar que siga el derramamiento de sangre. Cinco meses después, cuando regresó al país, publicó un mensaje –que El Comercio reeditó recientemente-, en el cual dijo: “…preferí abandonar el suelo patrio, antes que ocupar nuevamente la Presidencia, como pude hacerlo sin ningún esfuerzo, a raíz de los sucesos de agosto del año pasado. / En la actualidad la familia ecuatoriana se encuentra… a punto de entrar a una guerra fratricida, cruenta y dolorosa. En tales circunstancias no he trepidado en abandonar mi retiro para mediar amistosamente… entre las secciones de la República que se encuentran regidas por gobiernos diferentes”. Alfaro fue quien ordenó a las tropas leales en 1911 que retrocedan en su marcha hacia Quito, porque –vale repetirlo- no quería que por defender a su gobierno mueran más ecuatorianos; y en 1912 fue quien convenció a Montero para que desarme a sus fuerzas a cambio de las garantías de un tratado de paz, que resultó ser una trampa para capturar y asesinar a los jefes liberales. Sin embargo, El Comercio y algunos historiadores han tenido éxito en posicionar la falsa versión de que Alfaro preparaba una dictadura o una tercera presidencia; hasta al presidente Rafael Correa he oído aceptarla como verdadera, y ¡qué decir de reporteros de canales de televisión, incluso del Estado, inmunes a todas las aclaraciones sobre el tema! En “El Crimen de El Ejido”, que El Comercio publicó con motivo de la conmemoración del centenario, el historiador Enrique Ayala, al hacer el recuento de los antecedentes, se refirió a la muerte del general Emilio María Terán en estos términos: “El general Emilio María Terán, con una intensa labor de acercamiento a los mandos bajos y la tropa de Quito, preparaba un golpe de Estado a su favor. Pero esto se vino abajo cuando Terán fue asesinado por un antiguo amigo, el coronel Quiro¬la, se dijo que por celos. El hecho conmovió a la opinión pública.” En cambio, en la página 134 de la obra “Nueva Historia del Ecuador”, editada en 1988 y reimprimida en 1996, dijo: “Alfaro pudo imponer el triunfo electoral de su candidato [Emilio Estrada]. Sin embargo, cuando intentó obligar a su Delfín y leal partidario a que renunciara a la Presidencia antes de asumirla, Don Eloy fracasó en la maniobra. Estrada se negó rotundamente y consiguió... el respaldo de varios cuarteles quiteños. Allí había venido trabajando activamente el General Emilio María Terán y había logrado enfrentar a los soldados, sobre todo a la tropa, contra Alfaro. Pero Terán fue misteriosamente asesinado”. La muerte de Terán, ocurrida un mes antes del derrocamiento de Alfaro, no fue misteriosa. El autor del homicidio fue el coronel Luis Quirola, compañero de Terán en la conspiración contra el gobierno de Alfaro en 1911. Quirola dio la cara; atacó a Terán a balazos el 3 de julio de 1911, a plena luz del día, en presencia de testigos, en una sala de hotel, y reveló claramente el móvil: los celos . Antes de veinticuatro horas lo apresaron y condujeron al penal, donde fue cruelmente asesinado, torturado y despedazado un mes después, el 11 de agosto de 1911, el día en que se produjo el golpe de Estado contra Eloy Alfaro, y la soldadesca cometió innumerables desmanes y crímenes. Como se ve, en “El Crimen de El Ejido” (2012), el historiador Enrique Ayala ya no dice que esa muerte fue misteriosa, pero no hizo aclaración alguna ni explicó por qué su nueva versión es tan distinta de la de “Nueva Historia del Ecuador”. Por lo demás, la forma como se expresa Enrique Ayala en “Nueva Historia del Ecuador” sobre Eloy Alfaro, al presentarlo como una persona que trataba de imponer caprichosamente su voluntad, lo desfigura arbitraria e injustamente. “Intentó obligar”, dice Enrique Ayala, pasando por alto verdades históricas: Alfaro estaba preocupado por el porvenir de la patria, encerrado en los límites impuestos por la Constitución de la que era su inspirador y por su propia conciencia; se dio cuenta de que Estrada iba a morir; su enfermedad no le permitiría vivir en la capital, y efectivamente murió pocos meses después. Lo que ocurrió luego de la muerte de Estrada, por la ambición desaforada de Plaza, representa la página más denigrante de nuestra historia: al día siguiente del esperado deceso de Estrada, se dieron los pronunciamientos a favor y en contra de Plaza; luego sobrevino la guerra civil, la mediación de Alfaro en esa guerra, el tratado de Durán vilmente violado, la captura de los Alfaro, de Montero, de Páez, de Coral y de Serrano, los cobardes asesinatos de los prisioneros indefensos, los arrastres, los descuartizamientos y las hogueras, y por último, sobre escalones tintos en sangre y fraude electoral, Plaza llegó a ser presidente. Esa ambición desaforada la han pasado por alto connotados historiadores nacionales, desde 1912 hasta hoy. Otra vez recuerdo las palabras de Vargas Vila: “más que una conspiración contra la Verdad, una conjuración contra la Justicia, parece el tejido de la Historia… La Historia ha sido deshonrada por los historiadores…”. RECTIFICACIONES PENDIENTES Cuando la ministra de patrimonio cultural se pronunció a favor de recoger firmas para la rectificación de la partida de defunción de Eloy Alfaro, varios académicos cerraron filas contra la propuesta; incluso hubo virulentas reacciones, y la ministra dio marcha atrás. ¿Por qué oponerse a que el Estado reconozca que ninguno de los mártires de 1912 era prisionero de guerra? ¿Por qué permitir que un documento oficial siga diciendo que el pueblo de Quito asesinó a Eloy Alfaro, sin que haya otro que lo desmienta? ¿Por qué no reconocer que fue un crimen de Estado? Oficialmente debe quedar claro que ese crimen fue urdido por conservadores y por traidores al liberalismo, liderados por Leonidas Plaza, que utilizaron el poder del Estado, que contaron con la cooperación de la Iglesia, de la fuerza pública y de una prensa infame, y que los ejecutores materiales fueron asalariados, gente del lumpen, cocheros del palacio, cocheros de la alta sociedad, soldados y religiosos disfrazados de civiles. Las instituciones del Estado -las fuerzas armadas, la Asamblea Nacional, la Presidencia de la República, la Función Judicial-, así como la Iglesia Católica y el periódico El Comercio, deben pedir perdón al pueblo ecuatoriano por esta afrenta imborrable, que quedó impune. Rectificar lo que dice la partida de defunción de Eloy Alfaro y cualquiera otra partida de defunción de los mártires, es procedente, y amerita una ley. Esa misma ley puede declarar como crímenes de Estado y de lesa humanidad las masacres de enero de 1912; como traición a la fe pública la violación del tratado de Durán y como arbitrarias las capturas de Eloy Alfaro y de sus compañeros. Puede también disponer el retiro de las estatuas erigidas a los enerianos y la eliminación de sus nombres en poblados, establecimientos educativos, calles y plazas públicas. Yo llamo enerianos a los que legaron a la posteridad la más repugnante página de nuestra historia: los crímenes de enero de 1912. Hubo una insurrección armada que sin ambages señaló a Leonidas Plaza como el principal responsable de los crímenes de 1912; que denunció el peligro de pérdida de las islas Galápagos, así como las nuevas mutilaciones territoriales que preparaba Plaza y la escandalosa corrupción de su gobierno que usurpó el poder sobre el cadáver de Alfaro. Esa insurrección -la Guerra de Concha- se inició el 24 de septiembre de 1913 en Esmeraldas y se prolongó durante más de tres años. Calumniada por el prelado historiador González Suárez, es necesaria una rectificación oficial; es justo que a la Guerra de Concha –cuyo centenario está próximo- se le rinda un homenaje nacional, por los altos ideales que la inspiraron. En un trabajo publicado en los años 2008 y 2009, yo decía que el Ecuador, a casi un siglo del mes de sangre, sigue en deuda con la memoria de Alfaro, sigue sin enfrentar el trauma del mes de sangre, y seguirá confundido en la búsqueda de los caminos del porvenir, mientras no identifique a las personas y a las instituciones que llenaron de oprobio nuestra historia con los crímenes de enero de 1912. El siglo se ha cumplido, y el Ecuador aún no ha superado el trauma, pero la búsqueda del reencuentro con la verdad sigue.

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